Sábado, 3 de noviembre.
11:00, Colegio El Redín.
A las 10:30 estamos corriendo en la pista exterior. Mañana fría, despejada.
Jugamos contra los últimos. Realizamos los calentamientos habituales, despacio, metiéndonos poco a poco en el partido.
Antes de entrar los siento, y les transmito mi intranquilidad por tratarse éste de un partido trampa. Tenemos que salir a jugar una final, aunque el rival no esté a la altura. El nivel de exigencia nos lo marcamos nosotros y no ellos.
Y arranca el partido.
La primera parte es preciosa. La presión al hombre asusta al rival, que nos cede la posesión desde el minuto uno. Movemos el balón de un lado a otro, sin prisas, exagerando la rotación. Los del Askatasuna muy pronto se convierten en un aperitivo balsámico, cocinado a fuego lento. Ante nuestra forma de jugar se sienten totalmente desprotegidos y no saben si salir o esperar. Y esa -la indecisión del rival- es nuestra mejor arma. 6-0 al descanso.
Salimos del Poli para hablar de la primera. Hay que seguir igual, exagerando la rotación, sin cansarse de ella. A mejorar: las jugadas a balón parado y los tiros desde lejos.
Comienza la segunda, pero ya sin rival. Deciden esperar atrás, muy atrás, mientras nosotros nos movemos entre sus líneas, como flechas que acarician el corazón de un equipo que suplica piedad. Son un juguete roto, arrodillado al ver que la mayoría de nuestros goles son balones empujados plácidamente en el segundo palo sin oposición alguna. Y se llevan un parcial de 10 a 1. Su gol es un regalo nuestro. Un pase en horizontal, en la línea de atrás, demasiado ingenuo. Qué dolor.
El partido ha servido para que los chicos ganen confianza en el sistema. Necesitaban una victoria así, que les de seguridad. Aunque no podemos dejar de lado que todo ha sido a costa del colista.
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