Sábado, 15 de diciembre.
10:00, Askatasuna Ermitaberri.
Donde Judas perdió el mechero. Ahí, ahí es donde juegan los del Askatasuna. Un campo exterior, mitad cubierto mitad descubierto en las tripas mismas del barrio de Burlada. Frío polar (sin nubes), pancartas en euskera, una mesa con servicio de megafonía para cantar las alineaciones -música durante el partido, toda ella en euskera- y un puestecillo de txistorra y otros comestibles.
¡Holaquetál! Pues aquí estamos -media hora tarde y mal abrigado-.
Calentamos mal y con un mal balón. Y ésto echa a rodar. El último partido del año, el último antes de los dos puertos que hay a la vuelta de las vacaciones. Y da la impresión de que esto más que un partido es una fiesta de disfraces. Olorcillo a fritanga, melodía celta y temperatura siberiana. ¡Vaya mezcla!
El partido... La primera... Congelados. Movemos el balón, no entramos, les facilitamos dos contragolpes y nunca tiramos desde fuera. 1-3 al descanso.
Nos metemos en el vestuario -más por el calor que por otra cosa- y analizamos la situación. Esto es una mierda, está claro. Lo que no puede ser es que el entorno condicione nuestra forma de jugar. Hay que ir a por todas siempre, meter la pata siempre y correr siempre.
Total, aceleramos en la segunda -sobre todo cuando nos meten el 2-4- y alocamos el partido. 3 puntos más y a casa.
Qué bien me va a venir el parón...
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