Miércoles, 16 de abril.
17:00, Colegio El Redín.
Llegamos al cole tras un tranquilo paseo por el casco viejo. Un paseo de equipo que ayude a digerir la pesada comida del McDonald´s.
La situación es atípica: 16.30, el patio desangelado, los mayores y nosotros calentando en el polideportivo vacío.
Nos sentamos fuera -como de costumbre- en las escaleras, cara al polideportivo.
Último partido de la temporada en el Polideportivo. Les pido que piensen cómo quieren que sea. Los mayores nos esperan dentro, y nosotros tenemos que entrar. Es nuestra despedida en casa, los últimos 50 minutos de competición sobre nuestro parqué. Hay que ir, como siempre, a jugar como nunca. Repaso de consignas, quinteto titular y para dentro.
Aguantamos el tipo los primeros diez minutos. El balón es del rival y a nosotros nos toca multiplicarnos para cerrar huecos. Achicamos como podemos y salimos a la contra.
Nos meten el primero en una jugada apurada hasta el córner. Balón colgado y empujado en la línea. Nos desestabilizamos y pronto nos meten el segundo. No puede ser.
Poco antes del descanso, una genialidad del mejor de su equipo deja en paños menores a toda la defensa y clava el tercero.
Salimos y volvemos a sentarnos fuera. Total: exceso de respeto, miedo, inseguridad y falta de fe en la victoria. ¡Venga, coño! Y entramos a por la segunda como si la primera no hubiese existido.
Metemos el primero. Y nos meten. Empezamos a tener más balón. Defendemos con más agresividad. El árbitro nos señala un penalti a favor -yo no he visto nada- y acortamos distancias.
Pasa el tiempo, y cuando más cerca estamos de meter el 4-3 -fallamos un contragolpe perfecto-, nos meten ellos. 5-2.
Un gol más en cada bando cierra un partido perdido en la primera parte.
Y éste partido cierra nuestra temporada en casa.
17:00, Colegio El Redín.
Llegamos al cole tras un tranquilo paseo por el casco viejo. Un paseo de equipo que ayude a digerir la pesada comida del McDonald´s.
La situación es atípica: 16.30, el patio desangelado, los mayores y nosotros calentando en el polideportivo vacío.
Nos sentamos fuera -como de costumbre- en las escaleras, cara al polideportivo.
Último partido de la temporada en el Polideportivo. Les pido que piensen cómo quieren que sea. Los mayores nos esperan dentro, y nosotros tenemos que entrar. Es nuestra despedida en casa, los últimos 50 minutos de competición sobre nuestro parqué. Hay que ir, como siempre, a jugar como nunca. Repaso de consignas, quinteto titular y para dentro.
Aguantamos el tipo los primeros diez minutos. El balón es del rival y a nosotros nos toca multiplicarnos para cerrar huecos. Achicamos como podemos y salimos a la contra.
Nos meten el primero en una jugada apurada hasta el córner. Balón colgado y empujado en la línea. Nos desestabilizamos y pronto nos meten el segundo. No puede ser.
Poco antes del descanso, una genialidad del mejor de su equipo deja en paños menores a toda la defensa y clava el tercero.
Salimos y volvemos a sentarnos fuera. Total: exceso de respeto, miedo, inseguridad y falta de fe en la victoria. ¡Venga, coño! Y entramos a por la segunda como si la primera no hubiese existido.
Metemos el primero. Y nos meten. Empezamos a tener más balón. Defendemos con más agresividad. El árbitro nos señala un penalti a favor -yo no he visto nada- y acortamos distancias.
Pasa el tiempo, y cuando más cerca estamos de meter el 4-3 -fallamos un contragolpe perfecto-, nos meten ellos. 5-2.
Un gol más en cada bando cierra un partido perdido en la primera parte.
Y éste partido cierra nuestra temporada en casa.
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